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PAVEL TULAEV
LA GUARDIA BLANCA CONTRA LA INTERNACIONAL ROJA

  La particularidad más importante de la contrarrevolución Blanca en Rusia fue que tuvo lugar cuando la Primera Guerra Mundial aún no había concluido y Alemania aún seguía considerándose enemiga de Rusia. El Estado Mayor alemán utilizó a Vladimir Lenin (1870-1924) y a sus colaboradores enviándolos a Petrogrado en un vagón blindado como factor de desestabilización para forzar la retirada de Rusia del teatro de guerra europeo.

  Habiendo establecido una dictadura dirigida por los Soviets (consejos), Lenin hizo un llamamiento a los obreros y campesinos para que dieran comienzo a la revolución armada, y después de la toma del Palacio de Invierno la noche del 25 de octubre de 1917, se declaró la toma del poder por los Soviets. “Un mundo unido sin anexiones ni contribuciones”; “La tierra para los campesinos y las fábricas para los obreros”; “Por la constitución de una Asamblea Constituyente”, fueron los nuevos lemas. En realidad, lo que pasó fue que se estableció un régimen sanguinario dirigido por internacionalistas judios  y extranjeros y que los lemas iniciales no fueron cumplidos nunca.

  Aunque en la segunda etapa de la guerra  -cuando el Estado Mayor pasó a ser dirigido por el general Mijaíl Alekséev y con las victorias conseguidas con la ofensiva Brusilov en 1916-  el rumbo de Rusia en la guerra llegó a ser más provechoso, las proclamas revolucionarias consiguieron atraer a soldados y oficiales que a la larga, formarían el Ejército Rojo. A causa del poder bolchevique y de la iniciativa de Lev Bronstein (Trotski, 1879-1940), el 3 de marzo de 1917 se firmó la humillante paz de Brest-Litovsk, que supuso graves pérdidas económicas para el Imperio Ruso al perder gran parte de sus territorios occidentales. Gracias a ello pudo Alemania ocupar los Países Bálticos y partes de Bielorrusia y el Cáucaso. Los alemanes dominaron incluso Ucrania, poniendo al atamán (jefe cosaco) Skoropadsky como títere suyo. ¡Tres años de lucha heroica habían sido borrados traicioneramente!

  En lugar de los precedentes órganos de Gobierno, se constituyó un Comité de Guerra y se crearon órganos de seguridad responsables de actos de terror masivos como la Cheka (posteriormente GPU, NKVD, KGB).  Especulando con la sencilla fe de las gentes en la justicia (“el reinado de Dios en la Tierra”), los comisarios rojos pudieron hacer llamamientos a la revolución internacional y afianzar la dictadura del proletariado. En nombre de la “Lucha de Clases” se expropiaron tierras, fábricas, casas… al mismo tiempo que eran exterminados aristócratas, sacerdotes, militares, simples ciudadanos de a pie y la economía se paralizaba a causa del desorden y el caos reinante.

  Gran parte de la población que al principio consideró temporal el poder de los soviets, vio enseguida como su única ilusión era proteger sus vidas y haciendas. Al mismo tiempo y a causa de esto, algunos políticos experimentados y líderes militares convencieron a muchos de que era posible hacer frente al caos revolucionario. Empezaba así la Contrarrevolución Blanca.
 

  El primer intento de resistencia armada a los bolcheviques

  Los núcleos de resistencia empezaron en diferentes partes de Rusia, desde el Noroeste hasta Extremo Oriente. Se diferenciaban unos de otros a causa de los inmensos espacios, de la duración de los combates y por los resultados finales. Las protestas espontáneas eran sofocadas por la Cheka y el Ejército Rojo, pero los restos de las fuerzas armadas fieles al Zar y a la Patria intentaban crear un frente sólido. Así fue como consiguieron crear el movimiento Blanco o Guardia Blanca, con centros coordinados y estados mayores en diferentes regiones de nuestra Patria.

  Los primeros intentos de resistencia armada aparecieron incluso en tiempos del Gobierno Provisional demócrata-burgués dirigido por Alexander Kerensky, esto es, antes del golpe bolchevique. Así, el alzamiento de Kornilov en agosto de 1917 fue buena muestra de la animadversión que sentían ciertos círculos patrióticos y militares hacia la idea misma del parlamentarismo democrático.

  Lavr Kornilov (1870-1918) era de origen cosaco; habiendo estudiado en la academia de artillería, participó en la guerra Ruso-japonesa y fue miembro del Estado Mayor durante la I Guerra Mundial. Previamente había sido agregado militar en China. Fue condecorado con la Cruz de San Jorge y gozaba de gran ascendencia dentro del ejército. Fue uno de los primeros en alzar el estandarte de la lucha Blanca y era visto como un posible dictador capaz de acabar con la revolución comunista.

  El 27 de agosto de 1917 Kornilov dirigió una proclama al pueblo ruso, acusando a los bolcheviques de ser un instrumento de los alemanes y llamando a la colaboración para salvar la Patria. En la proclama, Kornilov pedía “llevar al pueblo hacia la Asamblea Constituyente y elegir la forma de gobierno más acertada”, pero fue poco el apoyo que recibió y tuvo que dejar las armas.

  Una de las primeras unidades en hacer frente a los revolucionarios fue el “Batallón de la Muerte”, unidad femenina dirigida por Marina Bochkareva que, junto con algunos centenares de cadetes defendió el Palacio de Invierno de los ataques bolcheviques. Este batallón había sido formado en plena guerra con la idea de demostrar a los soldados que era posible la fe en la victoria. Esta unidad, compuesta por más de 3 mil amazonas rusas, poseía un estandarte propio que fue solemnemente santificado en la Plaza Roja. No obstante, no pudieron hacer frente a los bolcheviques a causa de la debilidad de la Asamblea Constituyente.

  Rusia, víctima del desorden revolucionario y aún en guerra con las potencias Centrales se convirtió en presa fácil de los bolcheviques y sus aliados.

  En estas condiciones solamente el Ejército Blanco, comandado por los mejores profesionales de las academias zaristas, pudo hacer frente al enemigo y devolver el orden a la nación. Era necesario unir todas las fuerzas y organizar una resistencia eficaz.

  El primer intento de liberar Petrogrado del poder bolchevique tuvo lugar en las Alturas de Pulkovo el 12 de noviembre de 1917, dirigido por Alexander Kerensky (que había abandonado la capital) y el general Pyotr Krasnov (1869-1947). Esta fue la primera acción de la Lucha Blanca. Pero el regimiento cosaco de 700 jinetes no fue capaz de cumplir su tarea. Fue entonces cuando el general Alekséev y sus colaboradores tomaron la decisión el 15 de noviembre de crear el ejército Voluntario.

  Mijaíl Alekséev (1857-1918) era un ejemplar militar de carrera con gran formación. De familia castrense, siguió los pasos de su padre acabando la academia militar de Moscú. Su bautismo de fuego fue durante la guerra ruso-turca de 1877. Posteriormente obtuvo el puesto de profesor de la academia del Estado Mayor con la especialidad de Historia del arte militar ruso. Durante la guerra ruso-japonesa dejó sus ocupaciones en el estado mayor pasando a tomar parte activa en la lucha. Después fue jefe del distrito militar de Kiev y durante la guerra mundial, comandante del frente sur-occidental. Cuando el zar Nicolás II abdicó, Alekséev se convirtió en Comandante Supremo de la Asamblea Constituyente, aunque discrepancias con los políticos burgueses hicieron que fuera destituido. Con la toma del poder bolchevique él y sus colaboradores se desplazaron al sur para empezar una nueva etapa.

  Allí en el Don, donde los cosacos siempre habían defendido su Patria, empezó a formarse el Ejército Blanco. En él estaban incluidos miembros de la sociedad secreta “Cruz Blanca”, formada por oficiales, y militares como Kornilov y Denikin. Atamanes cosacos como Aleksej Kaledin (1861-1918) y Alexander Dutov (1879-1921) apoyaron también con sus fuerzas al nuevo ejército Voluntario.

  Todos los cosacos del Don, de Orenburgo, de Transbaikalia, se levantaron contra la dictadura roja de los comunistas judios:

  “Se levanta, se rebela
  el tranquilo Don Ortodoxo,
  siguiendo la llamada de la libertad”

  La primera acción importante del nuevo ejército Blanco fue la llamada “Marcha del Hielo” de las tropas de Kornilov a través del Kuban. Con el fin de rechazar a los bolcheviques, parte del ejército Voluntario empezó en febrero de 1918 una marcha por las llanuras heladas. Fue el bautismo de fuego de los Blancos y Alekséev declaró que “habían encendido la vela que volvería a llevar Luz a una Rusia oscurecida”. En ella tomaron parte más de cuatro mil voluntarios heroicos, pero a causa de la desigualdad de fuerzas con los comunistas fueron derrotados y su legendario comandante Kornilov encontró la muerte bravamente en la batalla de Ekaterinograd.
 

  La dictadura bolchevique y el Terror Rojo

  Así como los contrarrevolucionarios creían solamente en las armas y la organización, muchos ciudadanos - engañados por la propaganda revolucionaria – perdieron la esperanza en la recuperación de la legalidad por la vía democrática. Con ese fin empezó a funcionar el 18 de enero de 1918 en Petrogrado la Asamblea Constituyente Panrusa, apoyada por manifestantes obreros. Esta pacífica asamblea fue disuelta por bolcheviques armados que asesinaron a decenas de manifestantes. Así murió otra ilusión liberal.

  En lugar de traer la democracia y defender las libertades civiles los bolcheviques se dedicaron a reforzar sus estructuras de poder. Por decisión del Comité Militar Revolucionario (VRK) dirigido por Nikolai Krilenko (1885-1938) en enero de 1918 se tomó la decisión de crear el Ejército Rojo de Trabajadores y Campesinos (RKKA). Empezó la movilización de todos los hombres comprendidos entre las edades de 18 a 40 años. En medio del caos ideológico revolucionario, una parte de la antigua oficialidad se pasó al lado de los rojos. Como resultado, de 130 mil oficiales zaristas, 30 mil sirvieron al Ejército Rojo (algunos eran antiguos miembros del Estado Mayor zarista como generales Alexej Brusilov, Andrej Snesarev o Alexander Svechin).

  A causa de que los frentes de guerra de la Primera Guerra Mundial habían cesado por el Decreto de Paz bolchevique, la lucha se centró en la “defensa de la Revolución y de la patria Socialista”. Esto significaba lisa y llanamente la lucha de clases y la eliminación de la ciudadanía reticente, por lo que muchos reclutas se negaron a combatir bajo el estandarte Rojo.

  Los comandantes del Ejército Rojo empezaron a ejecutar a los desertores en el mismo frente. Este decreto fue promulgado por Lev Trotski, quien escribió: “Es imposible crear un ejército sin represión; es imposible llevar a las masas a la muerte sin la pena capital. Hay que poner al soldado entre la posible muerte en las lucha y la inevitable muerte en la marcha atrás”.

  No es casual que como emblema del Ejército Rojo se escogiera una estrella roja de cinco puntas (pentagrama) con una hoz y un martillo dentro. Trotski, en el V congreso del Partido (1918) explicó el origen de este símbolo: Cuando en los años   132-135 de nuestra era se levantaron los judíos dirigidos por Bar Kochba contra los romanos en Palestina, llevaban un pentagrama en sus estandartes. En otras palabras, la estrella roja era para los bolcheviques un símbolo de lucha contra el Imperio.

  Con el fin de convertir la guerra mundial en una guerra civil en la primavera de 1918 los bolcheviques abrieron un segundo frente. En marzo-abril de ese año, la Entente empezó a enviar tropas a Rusia. Los ingleses desembarcaron en Murmansk y Arcángel; los franceses en Odessa y Sebastopol y los americanos y japoneses en Vladivostok. En medio de esta mezcla de nacionalidades, en la región del Volga se alzaron los miembros de la Legión Checoslovaca, formada por prisioneros de guerra que luchaban al lado de la Entente. Otras tropas inglesas lucharon en el Turquestán y el Cáucaso y los rumanos ocuparon Besarabia. El Imperio Ruso se había dividido en multitud de regiones sin control general.

  Simultáneamente, los alemanes continuaban ayudando a Lenin y a los bolcheviques. A través de su cónsul Mirbach aportaban mensualmente 3 millones de marcos oro. En mayo de 1918 hicieron un ingreso de 40 millones. La guerra mundial continuaba de facto en marcha en territorio ruso y los diferentes poderes regionales se posicionaban en uno u otro bando.

  Lenin supo ver que la alianza de la Entente con la oposición interior significaba una gran amenaza para los bolcheviques y por eso mismo declaró el terror rojo contra los enemigos del “proletariado”, mencheviques, social-revolucionarios y anarquistas, es decir, contra antiguos aliados y colaboradores suyos.

  El 17 de julio de 1918, sin juicio previo ni investigaciones, la familia imperial, incluyendo los hijos y el servicio, fue asesinada en Ekaterimburgo. La orden provino del mismo Lenin y de Yakov Sverdlov. Hasta el último momento conservaron el zar y sus allegados la esperanza de ser salvados. Al día siguiente pero en otro lugar fueron asesinados seis miembros más de la familia Romanov.

  Habiendo suprimido la prensa libre (que hasta el otoño de 1918 aún podía expresarse), los bolcheviques empezaron a atacar a la Iglesia. Esta era escuchada por millones de fieles ortodoxos y era un grave obstáculo ideológico para la política atea del nuevo poder.

  Con la excusa de ayudar a los hambrientos, en 1919 se empezó una campaña de saqueo en los templos que acabó en el cierre de 637 monasterios y con la vida de más de 8000 sacerdotes y religiosos. El patriarca Tikhon, que inicialmente había lanzado un anatema contra los bolcheviques, acabó prestando lealtad al gobierno soviético a causa de las presiones recibidas.

  Con relación al campesinado, supuestos aliados de los trabajadores en la lucha de clases, se pusieron en marcha políticas de confiscación con la participación de 75 mil guardias rojos. El resultado fue que en todo el país hubo no menos de trescientos levantamientos campesinos.

  Los obreros también se sintieron engañados, puesto que en lugar de igualdad obtuvieron hambre y pobreza. Los antiguos sindicatos fueron silenciados y las protestas acalladas. Por toda Rusia, unos tras otros, cosacos, campesinos y trabajadores hicieron estallar insurrecciones.

  Asustados por la resistencia a su poder y por la intervención extranjera los bolcheviques cambiaron la capital a Moscú, alejada de los diferentes frentes. En la “nueva” vieja capital cambiaron el águila bicéfala que adornaba el Kremlin por el nuevo pentagrama rojo.

  Mediante la creación de la KOMINTERN los bolcheviques pretendieron organizar una revolución mundial en marzo de 1919. La financiación corrió a cargo de los tesoros zaristas y eclesiásticos expropiados así como mediante la exportación de los ”excedentes agrícolas” confiscados a los campesinos.

  A causa del miedo, ciudadanos de Petrogrado y Moscú abandonaron en masa las ciudades. En total, en tres años (desde 1918 hasta 1920) murieron no menos de 5,75 millones de personas. La ciencia mundial ha reconocido que esta fue una de las peores catástrofes demográficas de la Historia.
 

  Victorias y retiradas del ejército Blanco en el Sur

  Desde las saqueadas y hambrientas ciudades del norte, presa del fuego revolucionario, multitudes de gente empezaron a dirigirse al sur hacia los territorios no controlados por los bolcheviques y los anarquistas.

  Rusia Meridional se había convertido en una base para las fuerzas Contrarrevolucionarias. Desde todo el Imperio afluían no solo ciudadanos de a pie, sino también ex miembros del ejército imperial. Se formaron nuevas divisiones. En el Don, las fuerzas del general Denikin unidas con las tropas del general Krasnov dieron lugar a las llamadas Fuerzas Armadas de la Rusia Meridional en enero de 1919.

  Anton Denikin (1892-1947) era hijo de una empobrecida familia de la provincia de Varsovia. Habiendo escogido la carrera militar, estudió en la Academia del Estado Mayor. Su primer bautismo de fuego fue durante la guerra rusojaponesa, y en junio de 1914 recibió el rango de general-mayor. Al mismo tiempo que su carrera militar, destacó como literato. No es sorprendente por lo tanto que se convirtiera en el mejor escritor de Memorias de la guerra civil. Cuando el general Kornilov murió, fue su camarada de lucha en la Marcha de Hielo Denikin quien le sustituyó como comandante supremo.

  Bajo su mando, el ejército Blanco consiguió importantes victorias. Como resultado de la ofensiva hacia Moscú se ganó un inmenso territorio poblado por más de 42 millones de habitantes. Jarkov, Kiev, Kursk, Oryol, Voronezh, Tsaritsin y el Norte del Cáucaso fueron liberados. Ahora las tropas de Denikin representaban una seria amenaza para los bolcheviques y estos desplegaron grandes medios para hacerles frente. Hacia el final de la guerra, Denikin se embarcó en Novorossiysk y continuó la lucha desde el exilio.

  Gracias a su autoridad y prestigio se convirtió en uno de los puntales de la emigración rusa blanca. Sus escritos titulados “Apuntes de la insurrección rusa” sobre la guerra fueron publicados entre 1921 y 1926 cuando aún eran recientes los sucesos descritos. Denikin vivió en París, Berlín y los Estados Unidos, donde murió en 1947 como un gran patriota ruso.

  La proyectada unión de los ejércitos blancos del sur y del este de Rusia no pudo realizarse. Igualmente la colaboración táctica con los ejércitos ucranianos de Petliura y el ejército de Galitzia (Ucrania Occidental) tampoco fue de gran utilidad por los diferentes objetivos de rusos y ucranianos.

  Las fuerzas del general Nikolai Yudenich (1862-1933) en el frente noroccidental estaban muy alejadas del resto de tropas blancas. Aún con la ayuda de tropas occidentales (como los “Freikorps”) compuestas por voluntarios de distintas nacionalidades, no pudieron recuperar Petrogrado.

  La ofensiva de Denikin fue finalmente frenada. Un error de cálculo del Estado Mayor fue el responsable, pues los bolcheviques los superaban en número varias veces.

  Aparte, los bolcheviques incluían entre sus tropas a todo tipo de anarquistas y delincuentes comunes. También destacaron las tropas de Nestor Majnó, opuestas tanto a los Rojos como a los Blancos.
 

  Crimea, último bastión de los Blancos en el Sur

  Cuando ya se había afianzado la dictadura del proletariado en la Rusia central, los bolcheviques empezaron una fuerte ofensiva hacia el sur y el este. A causa de los ataques del Ejército Rojo los contrarrevolucionarios se vieron acorralados en la península de Crimea, casi aislada del continente.

  En los primeros años revolucionarios allí se habían producido conflictos entre diferentes etnias y fuerzas políticas. Durante los tiempos zaristas, Crimea era llamada la provincia de Táurida y era habitada, aparte de rusos, por ucranianos, judíos y tártaros.

  Los tártaros habían fundado en 1917 la asociación Kurultay, el fin de la cual era fundar un estado musulmán sucesor del antiguo janato de Girey con capital en Bajchisaray. El Gobierno Central de la república popular de  Ucrania apoyó esta iniciativa por ser un proyecto separatista contra Rusia. La reacción rusa estuvo dividida: por una parte, Kerensky había estado en contra, pero el Comité de representantes de Simferopol lo había considerado como un aliado táctico en la lucha contra los Rojos.

  Los bolcheviques atacaron desde el mar. Tuvieron un fuerte apoyo entre los marineros y soldados en los puertos de Sebastopol y Evpatoria. A principios de 1918 fueron capaces de proclamar el poder de los Soviets. Los comités tártaros y democrático-burgueses fueron disueltos y en marzo de 1918 se fundó la república socialista soviética de Táurida. Al principio estuvo incluida dentro de las fronteras de la federación Rusa, pasando luego a constituir la república soviética de Crimea. Al cabo de un mes los bolcheviques tuvieron que luchar contra las tropas alemanas de ocupación pero los aliados intervinieron y finalmente la Táurida fue liberada por las tropas blancas del general Wrangel.

  Descendiente de una antigua familia escandinava entre la cual hubo 7 mariscales de campo, más de 30 generales y 7 almirantes al servicio de los zares rusos, el barón Pyotr Wrangel (1878-1928) era una personalidad carismática. Antiguo compañero de armas de los jefes de la Causa Blanca, dirigió las fuerzas armadas y el gobierno de Rusia meridional en ese crucial momento cuando la revolución lo envolvía todo. Habiendo reorganizado el ejército Voluntario, en verano de 1918 empezó a intervenir en la vida civil de la Táurida: proclamó leyes sobre la tierra y empezó a preparar la defensa contra los Rojos.

  Al poco tiempo de su ofensiva en el Este y habiendo establecido la Orden de Nicolás el Milagroso, lanzó su famoso discurso al pueblo sin distinguir entre clases: “Escuchad, gentes rusas, por qué combatimos. Por la recuperación de la Fe y de los santos ofendidos. Por la liberación del pueblo ruso del yugo comunista y de los que destruyeron a la Santa Rusia. Para que los campesinos puedan recuperar sus tierras y vivir de lo que obtienen de su pacífico trabajo. Para que la verdadera libertad vuelva a reinar en Rusia. Para que el pueblo ruso sea amo de su destino. ¡Ayudadme, gentes rusas, a salvar a la Patria!”.

  Este llamamiento tuvo éxito y hacia el sur confluyeron todos aquellos que deseaban liberar Rusia de la dictadura comunista. Pronto, el ejército ruso del general Wrangel contó con 80 mil hombres, lo que les permitió no solo defender la península sino también cooperar con la resistencia cosaca en el Kubán y el Don.

  Cuando estalló la guerra polaco-soviética (1920-1921) Wrangel decidió embestir la retaguardia del Ejército Rojo. Luchando en dos frentes, los bolcheviques tendrían que ceder posiciones. Pero cuando vieron que los Blancos de Crimea se querían unir a los cosacos del este, cambiaron rápidamente de táctica. A finales de octubre de 1920 los comisarios rojos enviaron a más de 250 mil hombres hacia el sur con el fin de concentrarlos contra el bastión Blanco en Crimea. El 28 de octubre empezó el ataque.

  Al principio los ejércitos de Wrangel detuvieron a los bolcheviques dirigidos por Mihajil Frunze. Después, la caballería roja de Semijon Budenny también fue rechazada. Finalmente, en una fría noche de noviembre, los rojos cruzaron a pie el helado golfo de Sivash y entraron en Crimea evitando el protegido istmo de Perekop. Aún con fuertes pérdidas a causa de las ametralladoras, las fuerzas revolucionarias consiguieron pisar la península y concentrar hombres para la siguiente ofensiva.

  Los defensores Blancos de Perekop estaban desmoralizados. El 15 de noviembre de 1920 empezó la evacuación masiva: al principio los civiles y después los soldados y oficiales blancos. El pánico estuvo presente. Más de 120 barcos transportaron hasta Estambul (Constantinopla) alrededor de 150 mil personas. La deseada Zargrado (antiguo nombre eslavo de Constantinopla-n. del t.), antaño objeto de la estrategia militar rusa, recibió a los guardias blancos no como vencedores sino como pobres refugiados.

  En Crimea había empezado la lucha contra los “enemigos de la revolución”. Bela Kun, internacionalista judío de Hungría, fue designado jefe del Comité revolucionario de Crimea con la tarea de dirigir las represiones masivas. Si en tres años de gobierno de Wrangel fueron arrestadas 1,5 mil personas y trescientas fueron fusiladas, como resultado del terror Rojo en 1920-21 no murieron menos de 50 mil personas (según algunos datos más de 100 mil). En esta orgía de sangre se distinguió Rosalía Samoilovna Zalkind, fanática comunista ucraniana responsable del comité político del Ejército Rojo que participó activamente en los fusilamientos.

  Así acabó la trágica epopeya de la Resistencia Blanca en el sur de Rusia. Diferentes insurrecciones y levantamientos se producirían en otros rincones de la Rusia Soviética. Con todo, tuvieron carácter local y fueron cruelmente reprimidas por el poder comunista.
 

  La Guerra Popular y el Oriente Blanco

  Habiendo conseguido la victoria a costa de muchas víctimas y cesiones territoriales, en tres años los bolcheviques pudieron asentar su cruel dictadura en la Rusia central. Sin embargo, esta no trajo la igualdad y la educación que se había prometido al principio.

  Como resultado del caos económico y político la producción cayó en 1921 hasta un 82% menos de la que se había obtenido en 1913.

  La cantidad de refugiados y expulsados de sus casas continuó creciendo hasta alcanzar en el fin de la guerra civil la cifra de 1,5 millones de personas. Los habitantes del campo y de las regiones orientales del Imperio que no podían huir a ninguna parte, optaron por la insurrección contra el gobierno comunista.

  Durante la llamada insurrección de Tambov (1920-21), bajo el mando de Aleksandr Antonov (1888-1922), se formó una división partisana campesina que contó con alrededor de 30 mil hombres. Antonov era un antiguo socialista revolucionario y patriota ruso. En tiempos del zar se había opuesto a los terratenientes y explotadores capitalistas, pero cuando los bolcheviques tomaron el poder y se vio como actuaban, Antonov se alzó contra ellos en nombre de los obreros y campesinos. Se dirigió al pueblo mediante numerosos panfletos que llamaban a “liberar Rusia de los usurpadores rojos que ocupan Moscú”.

  Para acabar con la insurrección de Tambov el mariscal rojo Mihajil Tujachevsky lanzó a más de 100 mil soldados regulares entre los cuales había letones y chinos (en esos tiempos, en el Ejército Rojo servían casi 40 mil mercenarios chinos). Los rojos utilizaron todos los medios para sofocar la revuelta, desde vehículos acorazados y aeroplanos hasta armas químicas. Aún así, la resistencia del ejército campesino duró más de un año e incluso después subsistieron campesinos armados por los bosques.

  En marzo de 1921 se acabó con los sublevados de Kronstadt, marineros y soldados alzados en armas que pretendían conseguir un gobierno sin “judíos ni comunistas”. Como resultado de estas luchas entre sublevados, campesinos o no, y comunistas, murieron centenares de miles de personas.

  Por si los males no fueran suficientes, en 1921 se produjo una gran hambruna en la región del Volga que luego se extendió a otras partes de Rusia.

  En las ciudades, sin pan, murieron de hambre no solo los habitantes más pobres sino también representantes de la clase intelectual que se habían negado a aceptar las raciones extra de los bolcheviques.

  Para acabar con las críticas, los bolcheviques, ayudados por la Cheka, expulsaron a gran número de personalidades influyentes. Por orden de Lenin, en otoño de 1922 fueron embarcados en una nave más de 200 miembros de la élite intelectual que habían permanecido en el país: filósofos, escritores y científicos de la talla de Nikolaj Berdiáev, Ivan  Ilin, Vladimir Losski, Lev Karsavin y otros. Algunos escritores y poetas como Nikolay Gumilev, Serguéy Esenin o Nikolay Kliúyev fueron, o bien ejecutados o bien empujados al suicidio. Para el resto quedó la férrea censura del Comité Literario bajo control gubernamental.

  La contrarrevolución blanca en el Este contó con importantes figuras políticas y militares, entre las cuales destacó la fuerte personalidad del almirante Kolchak.

  Procedente de una familia de oficiales, Aleksandr Kolchak (1874-1920) fue un individuo de capacidades extraordinarias y destino legendario. Habiendo recibido formación en la academia de cadetes de Moscú se embarcó en un largo viaje por el Océano Pacífico, tomó parte en expediciones polares  y navegó por los cuatro océanos. Durante la Primera Guerra Mundial fue designado comandante de la Flota del Mar Negro. Al principio celebró la revolución, pero pronto comprendió que ésta significaba el fin de la Patria.

  Empezó entonces su lucha contra los bolcheviques y sus aliados desde el Extremo Oriente, Siberia y los Urales. En septiembre de 1918, en Omsk, el almirante Kolchak fue nombrado ministro de la guerra del Gobierno Provisional. En enero de 1919 su recién creado Ejército Siberiano conquistó Perm. Sus efectivos eran de 112 mil hombres repartidos en un frente que iba desde Uralsk y Oremburgo hasta Vyatka. Los éxitos conseguidos, su entorno y otros miembros del movimiento blanco fueron responables de su reconocimiento como Líder Supremo de Rusia.

  Un papel contradictorio y misterioso en la lucha en el frente Oriental fue el desempeñado por la Legión Checoslovaca. Estaba formada por prisioneros de guerra del ejército austro-húngaro que se encontraban en Ucrania al estallar la guerra civil. Después de la revolución, los agentes de la Entente intentaron poner a los checos bajo mando francés, por lo que el futuro cuerpo debería ser trasladado a Francia. Por extrañas lógicas de la historia, el 26 de marzo de 1918 el gobierno revolucionario decidió evacuar la mayor parte del cuerpo a través de Siberia hasta Vladivostok, con la condición de que entregaran las armas. Solamente algunos pudieron volver por el camino más corto. Los bolcheviques tenían miedo, pensando que los checos se unirían al ejército Voluntario de Rusia Meridional. A causa de ello las tropas checoslovacas se repartieron por todo el recorrido del Transiberiano (¡alrededor de 7.000 km!). En su camino a Oriente se aliaron con los contrarrevolucionarios. Junto con los guardias blancos liberaron Novonikolaevsk (actualmente Novosibirsk), Penza, Syzran, Tomsk, Omsk, Samara, Krasnoyarsk, Ufa, Simbirsk, Ekaterinburg y Kazan. En el Volga, en los Urales y en Siberia, los checos ayudaron a las autoridades a convocar una Asamblea Constituyente, lo que significó el punto álgido de la guerra civil.

  Para evitar la unión de los ejércitos Blancos del Sur y el Este, el ejército Rojo inició a principios de 1920 una contraofensiva en los Urales y Siberia. Aparte de los ataques armados, los bolcheviques utilizaron propaganda revolucionaria y métodos de infiltración para destruir el enemigo desde dentro. A causa de ello, el ejército Siberiano de Kolchak y sus aliados checos empezaron a debilitarse. Ni la valentía ni el heroísmo fueron suficientes para evitar el acoso de las fuerzas revolucionarias. Después de la cesión de Irkutsk a los social-revolucionarios de izquierda, el almirante cedió el mandato del ejército Blanco al atamán Grigori Semyonov (1890-1946).

  El 4 de enero de 1920, Kolchak, traicionado por sus colaboradores, cedió el cargo de Dirigente de Rusia al general Denikin. El hecho es que el almirante había caído en manos de los internacionalistas checos que lo entregaron a los social-revolucionarios y éstos, a su vez, a los bolcheviques, que lo fusilaron por orden expresa de Lenin.

  Dramático fue también el destino de los restos del ejército Blanco en Oriente. Las tropas del general Vladimir Kappel (1883-1920), fallecido al poco tiempo después de Kolchak, pudieron cruzar el lago Baikal después de una ardua marcha por el hielo. El general-teniente Mijail Diterichs (1874-1937) pudo resistir a los Rojos durante dos años más antes de verse obligados a emigrar. Junto con los guardias blancos que se fueron al exilio desde Crimea, desde Vladivostok salieron 56,5 mil almas.

  En la región Costera (Primorye) la defensa contra los rojos aguantó hasta el otoño de 1922. Posteriormente, los restos de las tropas Blancas del atamán Dutov y de Semyonov se dividieron y marcharon a través de China y Corea. Pequeños enfrentamientos armados se produjeron aún en 1923, pero a causa de los partisanos y no de tropas regulares.

  Un papel clave en la epopeya Blanca en Extremo Oriente fue el desempeñado por la División Asiática de Caballería del barón Roman Ungern-Sternberg (1886-1921), pariente lejano del zar y fanático monárquico.

  Los hechos más importantes de su biografía están relacionados con Mongolia, donde el barón quería formar un nuevo Imperio y convertir el país en una fortaleza para la revancha Blanca. En los años revolucionarios, este montañoso país había perdido su independencia, ganada en 1911 con el apoyo de Rusia. Aprovechando la debilidad de su vecino septentrional, los chinos se apoderaron de Mongolia y acuartelaron tropas en su capital, Urga (hoy Ulan-Bator).

  El barón Ungern junto con los restos de la división del atamán Semyonov (800 cosacos y 6 cañones), urdió un plan para liberar Urga de sus ocupantes. Para ello, se dirigió a los mongoles con proclamas religiosas para liberar luego de su reclusión en la capital mongola al Jan Bogdo-Gegen, antes de conquistar Urga, ¡defendida por más de 10 mil soldados chinos!.

  Con el apoyo incondicional de la población mongola, el barón empezó a preparar sus planes estratégicos. Según el, después de la revolución bolchevique era imposible restablecer las monarquías tradicionales en Europa, ya que los occidentales habían sucumbido a las ideas materialistas y socialistas. “La Rusia futura, aniquilada moral, espiritual y económicamente, tiene un incierto futuro – escribió el barón Ungern en una carta- La conclusión es una, el triunfo de la revolución y la muerte de la Cultura a manos de una multitud deforme, ignorante y sedienta de sangre llevada por los instintos revolucionarios destructivos,  dirigidos por el judaísmo internacional”.

  El barón Ungern consideraba a los judíos como máximos responsables de la tragedia que asolaba a Rusia. Según sus palabras, “éstos trasladan a la vida los principios de su religión – ojo por ojo- y los del Talmud, esto es, por todos los medios conseguir sus fines mediante la destrucción de otros pueblos y culturas”.

  Para que la Fe y el Orden volvieran a imperar en el mundo, según Ungern era necesario buscar la ayuda no de los pueblos occidentales, ya degradados, sino de los pueblos orientales, fundando un nuevo “Reino del Centro” en Oriente. Este debería crear una federación que incluyera la Mongolia Interior, el Sinkiang chino y el Tíbet.  Un Imperio Blanco en Oriente que pudiera destruir al Mal presente en la tierra que pretendía “exterminar el principio Divino que habita en el alma humana”.

  Para poder cumplir esta Celestial tarea, el barón se convirtió al budismo, se casó con una china y recibió del Bogdo-Gegen el título de príncipe mongol. Llevaba con orgullo la túnica ceremonial de seda y envió cartas oficiales llamando a todos a unirse a su ejército.

  Los restos de los ejércitos blancos empezaron a unirse a las tropas del príncipe ruso budista, el “Dios de la Guerra”, como fue llamado entonces. Junto con la brigada de Casagrandi y los regimientos de Kazantsev, Kaygorodov y Bakich, el ejército de Ungern llegó a contar con 4 mil jinetes y decenas de armas pesadas. Fueron capaces de realizar numerosas incursiones a través del río Selenga y atacar el importante centro de Kiachta, sede del gobierno pro-bolchevique de Sukhe-Bator. En esos tiempos, los ejércitos Blancos emplearon toda su crueldad contra los Rojos, a los que según órdenes del barón, debía ser aplicada “la única medida de castigo posible, la pena capital”.

  Sin embargo, estas medidas fueron insuficientes para parar a las tropas del ejército Rojo. El cuerpo expedicionario enviado desde Chitá para acabar con Ungern estaba compuesto por 7,5 mil soldados, 2,5 mil jinetes, 4 aeroplanos y 4 cañoneras fluviales. Con la ayuda de los revolucionarios mongoles, los rojos pudieron derrotar a los contrarrevolucionarios. Capturados, junto con Ungern fueron fusilados.

  El terror Rojo en Oriente tuvo sus características específicas, no por su crueldad, sino por su lucha contra el “feudalismo”, que en Mongolia estaba presente en el poder que mantenían allí los monasterios budistas, las propiedades de los janes y los terratenientes rusos. Habiendo anulado las deudas del estado mongol, que subían a 5 millones de rublos oro, Lenin otorgó a Sukhe-Bator la Orden le la Bandera Roja (pentagrama) en un encuentro privado mantenido en el Kremlin.
 

  Algunas conclusiones

  En los años de la guerra civil no solamente los Blancos y monárquicos se enfrentaron a los bolcheviques, sino que también los social-revolucionarios, los anarquistas, los cosacos y gran parte del campesinado pusieron de su parte en intentar acabar con la hidra roja. El ambiente revolucionario hizo ver a muchos el peligro que entrañaba la dictadura del proletariado que con el tiempo se convirtió en la tiranía de Lenin y Stalin.

  Están equivocados los que creen que en la guerra civil lucharon “rusos contra rusos”. De hecho, se enfrentaron la Internacional Roja contra la Guardia Blanca. En los puestos de mando de los Blancos hubo rusos, ciertamente, pero también cosacos de distintas regiones, alemanes, checos, ucranianos. En los mandos bolcheviques abundaban los judíos rusófonos, caucasianos, ucranianos, letones, polacos, húngaros, tártaros y chinos. Los batallones internacionales de los Rojos sumaban en total alrededor de 200 mil hombres.

  Los Rojos ganaron por cantidad y por el fanatismo revolucionario, no por su capacidad militar. Durante toda la guerra, los Rojos superaron a los Blancos 10 veces en número de combatientes, pero siempre hubo deserciones y, en 1919, estuvieron varias veces al borde de la derrota.

  La violencia y la crueldad fueron patrimonio de los dos bandos. Sin embargo, los Blancos no adoptaron el terror como regla, tal como pasaba con los comisarios Rojos. No fusilaron a clases sociales enteras ni crearon campos de concentración. Desde un punto de vista racial, la guerra civil fue un genocidio por causas de clase.

  Fue una guerra sanguinaria en la cual los dos bandos estuvieron prestos al sacrificio por sus ideales. En las canciones de la época se reflejó este hecho. Los guardias rojos cantaban antes de entrar en combate:

  Vamos al combate con fiereza por el poder de los Soviets
  y moriremos como un solo hombre en la lucha.

  Los Blancos cantaban una estrofa casi idéntica segun la misma melodia:

  Vamos al combate con fiereza por la Santa Rusia
  y como uno solo verteremos la sangre.

  Como se puede ver por los textos, la sangre rusa vertida fue considerable y esto afectó al fondo genético de la nación.

  La mayoría de los campesinos que confiaron en el Decreto sobre la Tierra de los bolcheviques no esperaban ver como al cabo de poco tiempo los revolucionarios  empuñarían las armas contra su propio pueblo. En los Blancos no vieron nunca a sus salvadores, pero sí fueron capaces de alzarse por sí solos.

  El pueblo creía, por costumbre, que todos los generales zaristas eran monárquicos, aunque lo cierto es que había diferentes puntos de vista. Lo cierto es que muchos Blancos se enfrentaron a miembros de la família imperial: Kornilov hizo arrestar a la emperatriz Alejandra Fyodorovna y Kolchak a la emperatriz-madre Maria Fyodorovna y al Gran Príncipe Nikolay Nikolaevich.

  Los generales blancos solían creer en la fe cristiana, en la valentía de los cosacos, en el apoyo militar y económico de occidente, en el apoyo campesino, y como resultado, recibieron una “puñalada por la espalda”.

  Y finalmente, esta Fe en la Verdad, en la valentía, en la Justicia, fue lo que los Blancos se llevaron al exilio, donde escribieron en sus diarios las siguientes palabras: “Pasará el tiempo, desaparecerán los comunistas, la revolución será un recuerdo del pasado y la Causa Blanca, resucitada, no desaparecerá ni se olvidará: su alma se conserva y entrará a formar parte del proceso constructivo de una nueva Rusia”.
 

  Traducido del ruso por Oriol Ribas

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